En Guatemala, tumbas son abiertas para remover los cuerpos de sus ocupantes, una vez que se ha dejado de pagar el alquiler o cuando el arrendamiento ha expirado.
No es un oficio fácil. Pues además de abrir las tumbas a punta de golpes, los empleados del Cementerio General de la ciudad de Guatemala, que son los encargados de cargar con los cuerpos de los fallecidos, tienen que cumplir con un trabajo que a los ojos de muchos resulta ofensivo con la memoria de los muertos, sobre todo en un país como Guatemala donde la religión cumple aún un papel preponderante.
Se trata de una operación necesaria para la administración del camposanto. Los espacios deben ser recuperados. Aquellos nichos que dejaron de ser mantenidos por las familias de los muertos tienen que ser liberados.
Una vez que se han recuperado los restos de los muertos, los empleados del cementerio los envuelven en bolsas de plástico identificados con códigos, y los llevan a una fosa común: un hoyo en la tierra de 30 metros de profundidad. La cubierta de la fosa es asegurada con un candado pues se ha dado casos en que los brujos locales pretenden recuperar los huesos de los muertos para sus ceremonias.
No extraña que los cuerpos que se hallaban en los nichos más altos se hayan momificando. Las temperaturas de Guatemala, así como la presencia recurrente del sol, llevan a que ocurra esto. De modo que los empleados del cementerio los recogen, los trasladan y los depositan como si de personajes de utilería se trataran.
Pese a que los vestidos y los gestos del momento del entierro, de la despedida final de los familiares, resistieron el paso del tiempo, basta unos minutos de sudor y esfuerzo de los trabajadores del cementerio para que todo ese equilibrio termine y sea destruido de manera irremediable.
Las pertenencias y los ataúdes, en cambio, son destinados a un barranco ubicado cerca de allí. Van a parar junto con los escombros de ladrillo y cemento que sobraron de todos los nichos intervenidos.
Jorge Dan López, fotógrafo de la agencia Reuters, es el responsable de esta serie de imágenes. Cuenta que los limpiadores de tumbas se han acostumbrado a este oficio y que su temor no es a los muertos, puesto que ellos —según dicen— siempre los protegerán.
Si hallarse rodeado de pabellones con cadáveres y pasear entre ellos es, desde ya, una experiencia que inevitablemente nos debe llevar a pensar sobre la muerte, el macabro espectáculo que muestra este proceso burocrático debe invitar a convencerse que nuestro paso por esta vida no es más que una mera circulación de materia animada por un enigmático soplo, y que cuando falta este, solo queda polvo, nada más que polvo.
Gran post, pero creo que falto una foto del Mojon,
Pues su mama del mojo todavía aguanta unos garrotazos